viernes, 20 de agosto de 2010

"Los esperé, ahora es asumir que ya está"


El Equipo Argentino de Antropología Forense, junto con la Cámara Federal de La Plata, entregó a Verónica y Laura Bogliano los restos de sus padres, María Susana Leiva y Adrián Claudio Bogliano, asesinados en septiembre de 1977.

Laura y Verónica Bogliano todavía no se explican cómo la patota que secuestró a sus padres el 12 de agosto de 1977 no las chupó también a ellas –que entonces tenían dos y tres años– y las llevó hasta la casa de su abuela materna, en City Bell. Esa es una de las tantas dudas que aún conservan sobre qué les sucedió a sus padres. Pero ahora tienen una certeza: que María Susana Leiva y Adrián Claudio Bogliano fueron asesinados el 23 de septiembre del 1977 en un enfrentamiento fraguado, que durante treinta y tres años estuvieron enterrados como NN en el cementerio municipal de La Plata y que, tras una sepultura digna, descansan en el lugar que ellas les eligieron.

Miembros del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), junto con los jueces que presiden la Cámara Federal de La Plata, Leopoldo Shiffrin y Julio Víctor Reboredo, familiares, amigos, Madres de Plaza de Mayo, ex compañeros de las víctimas y organismos de derechos humanos, llenaron a pleno la Sala de Audiencias de la Cámara donde Shiffrin explicó cómo fue el proceso de identificación de los cuerpos. Acto seguido leyó la resolución correspondiente y ordenó la rectificación de las partidas de defunción de NN poniendo los nombres de Leiva y Bogliano. Laura y Verónica, que oían en silencio, se secaron las lágrimas para firmar los certificados y saludar a los jueces.

Más tarde, en la entrada al edificio de 8 y 50 y con apenas un micrófono, las hermanas organizaron un acto en el que agradecieron, con voz quebrada, la multitudinaria compañía y recibieron las urnas que contenían los restos de sus padres. Familiares y amigos de las víctimas fueron tomando la palabra para recordarlos, en una suerte de homenaje previo al traslado de los huesos a un cementerio privado de La Plata.

Sobre el destino de sus padres, la mayor de las hermanas contó a Página/12 que, desde el secuestro, “nunca más supimos nada. De grandes empezamos a reconstruir lo poco que se sabía y, hablando con Marcela Quintela, una sobreviviente que lo vio, pudimos saber que nuestro papá estuvo detenido en el centro clandestino La Cacha. De nuestra mamá, nada. Con la recuperación de los cuerpos pudimos saber bien qué pasó”, y se acaricia el embarazo casi a término de su segundo hijo.

Otro testimonio clave de un familiar de un desaparecido permitió saber que el 23 de septiembre de 1977 hubo un traslado masivo en el que murieron ocho personas en tres enfrentamientos fraguados, en distintas zonas de Berazategui. Son los ocho cuerpos del cementerio de La Plata que fueron exhumados por el EAAF. “Dos de ellos eran nuestros padres”, contó Verónica, al tiempo que su pequeño hijo merodeaba la sala. “Ahí nosotras decidimos hacernos los estudios sabiendo que habían estado en La Cacha y, por la fecha, pensábamos que alguno de los otros cuerpos que quedaban podían ser los de nuestros papás. Unos meses más tarde identificaron a nuestra mamá y más de dos años después a nuestro papá”, continuó Verónica, y explicó que el reconocimiento del segundo cuerpo –realizado en diciembre de 2009– tardó muchísimo más porque no se podía extraer bien el ADN, ya que había estado enterrado en un terreno mucho más desfavorable para la realización de las pruebas.

“Todo ese período de esperar los resultados fue tremendo, porque nos decían que habían mandado las muestras a Estados Unidos y no se había podido identificar, entonces había que esperar un adelanto tecnológico”, agregó.

Cuando lo secuestraron, Bogliano militaba en Montoneros y, al igual que su esposa, trabajaba como analista en sistemas. “Mi viejo era delegado de ATE en lo que se llamaba el Centro Unico de Procesamiento de Datos (Cuped) y actualmente es la Anses. Por más tremendo que sea esto hay historias con finales felices. Hace un par de años nos convocan para un homenaje a los compañeros desaparecidos. A partir de ahí la comisión interna de Anses creó una agrupación que se llama Adrián Bogliano. Son todos jóvenes recuperando la historia, la identidad y siguiendo esta lucha”, contó la mayor de las hermanas.

“Está bueno que este dolor lo transformemos en cosas positivas. Seguir apostando es la gran victoria”, afirmó Laura, quien fue candidata a intendenta de La Plata por Proyecto Sur en 2007 y actualmente trabaja en un proyecto que busca declarar a la capital provincial libre de analfabetismo. “No nos mataron las utopías, porque también hay proyectos”, afirmó.

Verónica es abogada y fue querellante en los juicios por delitos de lesa humanidad realizados contra Miguel Etchecolatz y Cristian von Wernich. Actualmente integra el Comité Contra la Tortura de la Comisión Provincial por la Memoria. Explicó que, desde el punto de vista jurídico, la identificación de sus padres es importante porque permite que se juzgue a los represores que actuaron en La Cacha por homicidio, delito sobre el que recae una pena mayor que sobre otros delitos, como privación ilegítima de la libertad o tormentos.

Laura, en cambio, señaló la importancia del reconocimiento, desde un punto de vista personal: “Todo el proceso es muy doloroso. Son muchas preguntas, mucha angustia durante mucho tiempo por no saber qué pasó. Y una vez que tenés la verdad decís ‘lo tendría que haber sabido antes para poder procesarlo’. Hoy por hoy me resulta muy doloroso este último tramo, es durísimo. Pero creo que va a haber un después, no sé cómo será, creo que mucho mejor que el ahora. Es muy difícil asimilarlo. Por más que suene irracional, yo los esperé hasta último momento. Entonces es asumir que ya está”.

Tres médicos acusados de torturas

El Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata ordenó el cambio de carátula y la detención de los tres médicos que se desempeñaron en la Unidad 9 durante la dictadura por hallarlos “autores” de las torturas seguidas de muerte en el caso de Alberto Pinto.

Los tres médicos que están siendo juzgados por delitos de lesa humanidad cometidos en la Unidad 9 de La Plata durante la dictadura duermen desde anoche en prisión luego de que el tribunal aceptara el cambio de carátula y ordenara su detención. Tras hacer lugar a un pedido presentado el lunes por el fiscal Marcelo Molina junto con el abogado querellante Carlos Pinto, el tribunal entendió que Enrique Leandro Corsi, Carlos Domingo Jurio y Luis Domingo Favole cometieron “infracción del deber, de tortura seguida de muerte, en grado de autores en comisión por omisión” en el caso del preso político Alberto Pinto.

Tras oír los pedidos de todas las partes, Carlos Rozanski leyó la resolución en la que se dio lugar a la ampliación de la acusación solicitada por la fiscalía “con el objeto de preservar la defensa del juicio”. El presidente del tribunal señaló que “se les atribuye a los imputados que en su carácter de médicos y funcionarios públicos (...), luego de entrevistarse en ocasiones diversas con la víctima, Alberto Pinto, a pesar del deber de garantía que recae sobre los nombrados sobre la preservación del bien jurídico salud de la víctima, no interfirieron el curso causal lesivo provocado prima facie en sesiones de torturas consumadas a partir del 15 de noviembre de 1978, curso que desencadenó su muerte ocurrida el 5 de marzo de 1979”.

En segundo lugar, Rozanski indicó que “el mantenimiento de la libertad provisoria de los imputados puede conspirar contra la realización del debate oral y público”, por lo que ordenó “su inmediata detención en carácter de incomunicado a disposición de este Tribunal”.

Los esfuerzos de los abogados defensores Granillo Fernández, Citerio y Giordano para anteponer un pedido de recusación fueron en vano, ya que dicho requerimiento fue rechazado por el tribunal. En tanto, los tres médicos que quedaron detenidos se negaron a prestar declaración indagatoria.

Al finalizar la audiencia, el abogado querellante y hermano de la víctima, Carlos Pinto, calificó a la resolución de “histórica” y consideró que “fue muy oportuno el pedido de la fiscalía, porque se produjo toda una acumulación de pruebas para que ésta fuera la situación procesal en la cual correspondía realmente realizar el cambio de calificación y la detención”. Por último, Pinto afirmó: “Para mí es una reparación en el sentido de que después de más de treinta y un años me vuelvo a reconciliar con la Justicia. Es un ejemplo, como dijo el juez Baltasar Garzón citando a (Gabriel) Celaya, de que la Justicia está cargada de futuro”.

domingo, 8 de agosto de 2010

"No había que desesperarse, no era el fin"


En el marco del juicio por delitos de lesa humanidad, el Tribunal Oral Federal Número 1 de La Plata decidió recorrer la prisión donde fueron torturados y asesinados detenidos políticos durante la última dictadura militar.

Pese a la ola de frío polar, ayer a las dos de la tarde un grupo de treinta personas esperaba amontonada en la vereda de la Unidad 9 de La Plata la llegada de los integrantes del Tribunal Oral Federal Número 1. Estaban citados para realizar una inspección ocular, en el marco del juicio que se está realizando contra catorce penitenciarios acusados de delitos de lesa humanidad durante la última dictadura.

Algunos fumaban y otros esperaban, en silencio, volver a recorrer los lugares donde estuvieron detenidos hace más de treinta años. Eran testigos que declararon en las audiencias que desde abril se realizan en la ex AMIA. Algunos lo hacían por primera vez. Otros, contó Hugo “Cachorro” Godoy, dirigente de la CTA, volvieron en 2007 a rendir un homenaje a los trece compañeros y diecisiete familiares de detenidos en la U9, asesinados en la dictadura. Pusieron una placa con sus nombres y bautizaron la calle del frente, la 76, con el nombre de la madre del “Manzanita”, Delia Avilez de Elizalde Leal.

Construida en 1960, la cárcel conserva la misma fachada de entonces, sólo que está muy deteriorada. La pintura blanca está amarillenta, las paredes son húmedas. Al ingresar, tras pasar varias puertas de rejas, se llega al pasillo donde convergen los pabellones. A la izquierda, se encuentra el uno, actualmente denominado “de encuentro familiar”. Hay dibujos infantiles y, sobre la pared amarilla, una inscripción que dice “No hay persona en este mundo que te quiera como yo”. Las celdas allí fueron modificadas: donde antes habían dos, ahora hay una sola y hay una cama de dos plazas con una mesita. Además, hay un inodoro. Sin embargo, el sacerdote tercermundista Elías Muse recordó que él estuvo detenido en la primera celda y, apoyando su mano sobe la mirilla, contó a los miembros del Tribunal cómo vio cuando se lo llevaron de la celda contigua a Dardo Cabo, fusilado esa noche en un supuesto intento de fuga.

A la derecha del pasillo principal, el pabellón dos “está igual”, dice Dalmiro Suárez. Las celdas siguen siendo reducidas y tienen doble puerta pintadas de amarillo. Algunas están ocupadas por presos comunes que miran por el agujero del pasaplato a la gente que recorre el lugar. Néstor Rojas se detiene frente a una de las puertas y repite la escena anterior: “Por acá vi cómo lo sacaban a Segali”.

Desde el pasillo se pueden ver los patios. Uno está igual: “En ese banco nos sentábamos a jugar al ajedrez”, recuerda Suárez. El otro está cambiado, tiene algunas divisiones y sobre una pared del fondo se ve un mural con caricaturas de Videla, Massera, Agosti, Camps y Etchecolatz. Más abajo, la inscripción “La memoria los señala, la historia los condena”. A medida que se avanza por el pasillo, el frío vuelve a sentirse como en la intemperie.

Los que fueron los “chanchos” ahora se llaman “Pabellón de separación del área de convivencia” y siguen siendo los calabozos de castigo. Allí van los presos sancionados, los que recién llegan o los que requieren voluntariamente algún tipo de aislamiento, explican dos agentes del Servicio Penitenciario Federal. Son celdas de 2,10 por 1,80, con una especie de banco de cemento y una letrina que alguna vez debe haber sido blanca. Cuentan los detenidos que de ese pozo que sigue igual de infecto debían sacar el agua para tomar, cada vez que un guardia, desde afuera, decidía largar el chorro. En los “chanchos” todo está casi igual, pero ahora hay una canilla y huele a pintura fresca.

Si en los pabellones uno y dos, en los años de Abel Dupuy, se alojaba a los presos que los miembros de la fuerza definían como “irrecuperables”, al trece y catorce llevaban a los “medianamente recuperables”. En estos pabellones el frío se siente tan intenso como en un descampado y por eso eran conocidos como “La Siberia”. Los vidrios de las ventanas están rotos o no están, el piso está mojado, las paredes descascaradas. Carlos Alvarez agarra del brazo a Carlos Rozanski, presidente del Tribunal, y le dice que él estuvo en una de esas celdas. “El piso tenía tres centímetros de agua y había un compañero que era asmático. Eran pabellones que habilitaron de prepo porque no estaban en condiciones. Metieron a dos y hasta tres personas en un lugar que a duras penas era para una.”

Querellantes, abogados y público se amontonaron en círculo para escuchar el relato. Rozanski, Roberto Falcone y Mario Alberto Portela –los jueces que completan el TOF1– escuchaban en silencio. Más atrás, los abogados defensores esperaban, junto a los imputados Raúl Aníbal Rebaynera, Catalino Morel y Héctor Acuña, su turno para la inspección. Los otros ex integrantes del Servicio Penitenciario que están siendo juzgados, Abel Dupuy, Jorge Luis Peratta, Ramón Fernández, Isabelino Vega, Elvio Cosso, Valentín Romero, Víctor Ríos y Segundo Andrés Basualdo prefirieron no asistir. Tampoco lo hicieron los médicos imputados Carlos Domingo Jurio, Enrique Leandro Corsi y Luis Domingo Favole.

Al concluir el recorrido, el presidente del Tribunal afirmó a Página/12 que “fue positivo porque se pudo lograr que todas las partes estuvieran, observaran y recorrieran lo que hacía falta recorrer. Es un complemento muy importante que permite ver en imagen, poder apreciar, lo que se escuchó durante el juicio. Después cada uno podrá sacar sus conclusiones”. Al salir de la cárcel, el ex detenido Roberto Páez reflexionó: “Uno camina por lugares donde estuvo encerrado, donde tenía que caminar con la cabeza baja, las manos atrás, arrinconado, presionado permanentemente. Me acordé cuando yo estuve ahí. Me puse a pensar cómo hacía para superar eso y yo recitaba poemas. Todos los poemas que me acordaba los repetía. Y después inventaba. Pensaba que no había que desesperarse porque no era el fin”. Para finalizar, Páez agregó: “Nosotros caíamos presos por pensar un país distinto. Eso nos ayudó a no quebrarnos, a demostrarles que no íbamos a salir derrotados sino con los sueños intactos. Ver a los compañeros acá con las mismas fortalezas, con el optimismo de siempre me emociona. La vida nos puso una prueba y creo que la superamos”.