miércoles, 17 de marzo de 2010

Muros

Caminando por Diagonal 80, poco antes de la estación de trenes, una conversación de dos chicos de no más de dieciséis me entró por una oreja y me disparó pensamientos.

-No, loco, vamos a la remisería que ahí nos conocen. Acá no nos van a querer llevar.

Pensé que seguramente vivieran en algún barrio humilde de las afueras de La Plata, o quizás en una localidad cercana. Que poco tiempo atrás se habrían bajado de algún vagón, caminado por el andén hasta cruzar la 44 y estarían intentando repetir una rutina, casi olvidándose ese sabor amargo de la exclusión.

Pensé enseguida en cuántas veces al día esos pibes deben ingeniar una estrategia para moverse en “la ciudad”. Pensé en cuántas veces esos mismos pibes habrán buscado trabajo y no habrán llegado a la fila sabiendo, de antemano, que no los iban a tomar. Pensé en cuántas veces habrán sentido que alguien, confundiéndolos con un chorro, cruzó la calle al verlos venir.

Pensé en los muros invisibles, esos que son más duros que los ladrillos, y en ese Frankestein mediático, “la inseguridad”, pero al revés. En las precauciones que debe tomar una persona de las afueras para poder transitar las calles que nos son cotidianas a nosotros, los “clase media”. Pensé que ese pibe sabe que debe ir al centro con el documento por si lo para la policía.

Bordeando los extremos, pensé en Luciano Arruga, el chico desaparecido por la Bonaerense en Lomas del Mirador por negarse a hacer trabajos para la policía, como ícono de un caso que se repite.

Y de sumar pobreza más policía, se llega rápido a un recurrente resultado: la delincuencia.

El periodista Cristian Alarcón escribió en 2003 “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia”, una turbadora crónica de historias de pibes chorros en villas del tercer cordón del Conurbano, a partir del fusilamiento de un chico de diecisiete años en manos de la policía. Ahí dice de los pibes: “siempre tan difíciles de ubicar, sin horario alguno, respirando a bocanadas el momento inmediato, el momento mismo en el que se está sin que una próxima actividad, un compromiso tomado, le ponga punto final al presente por imposición del futuro”.

Pienso una vez más que la única salida a la delincuencia es la propuesta a estos pibes que se ven muertos antes de los veinticinco de un proyecto que les devuelva la convicción de que vivir vale la pena y de que ellos valen para alguien.

Pienso en cuántas veces escuché la frase “Ahora no tienen códigos, te matan por dos mangos, no valoran la vida”. Como si los que tuvimos el culo de nacer en una familia donde se come todos los días y es normal ir a la escuela, valoráramos, primero, la vida de quienes tuvieron la mala fortuna de nacer en una familia arruinada.

Pienso en sus padres, tantas veces acusados de inmorales por no “enderezar” los desvaríos de sus hijos, como si la marginación y el hambre no tuviesen una historia, como si esos padres no fueran a su vez hijos de otras historias encadenadas de despojo.

Pienso que para estos chicos el “rescate” es el manotazo de ahogado que milagrosamente puede hacer cambiar esa sucesión de causalidades. Y de allí rescato la idea de la casualidad. Porque la toma de conciencia de que haber nacido de uno o de otro lado del muro invisible es una cuestión fortuita nos iguala, nos humaniza y nos lleva a todos, por un rato, al mismo punto de partida.


Con la atinada colaboración de Vito

miércoles, 3 de marzo de 2010

Gestos


Un gesto implica de por sí, sutileza. Puede ser una leve mueca, una mirada penetrante, una palabra que se dice por lo bajo. Aunque el gesto no sea estridente, vale por su contundencia y porque va dirigido a alguien. Es decir, se completa cuando el que está del otro lado capta y decodifica el mensaje. Le da sentido. Y establece así una conexión con el emisor que, a propósito, eligió esa forma de comunicarse.
Frente a un gesto hay quienes hacen de cuenta que no vieron ni oyeron nada y prefieren llenar el aire con palabras para no escuchar el silencio que deja como estela el gesto y olvidarse, por un rato, de que se les ha movido una fibra muscular.

“Chile y Haití necesitan de ti”
"Es gravísimo ver a nuestros hermanos muertos por terremotos, siento que la naturaleza no aguanta las políticas que destruyen el medio ambiente", dijo ayer Evo Morales en una conferencia de prensa y, seguidamente, anunció que donará la mitad de su salario para los damnificados por los terremotos ocurridos en Chile y Haití.
Las declaraciones del presidente de Bolivia no salieron por cadena nacional y fueron formuladas en la presentación de la campaña nacional "Chile y Haití necesitan de ti", destinada a juntar en cinco días fondos para los damnificados de las dos catástrofes naturales en las que en los últimos dos meses murieron más de doscientas mil personas.
Tanto Evo como su vicepresidente, Álvaro García, entregarán cada uno un monto que ronda los mil dólares, mientras que los ministros y viceministros de su gobierno entregarán para la causa el treinta por ciento de su sueldo de marzo.

No MAS alcohol
El 4 de febrero el candidato por el MAS, el partido de Morales, a la Gobernación del departamento boliviano de La Paz, Félix Patzi, anunció que se retiraría de la carrera electoral para los comicios regionales y municipales del 4 de abril tras haber sido detenido por conducir alcoholizado.
La noticia, difundida por diversos medios de comunicación, hacía hincapié en el decreto recientemente aprobado por el gobierno boliviano que impone severas sanciones a quienes conduzcan en estado de ebriedad en las rutas del país, con la intención de disminuir los accidentes de este tipo, que llegan a ser más de mil por año.

Más colores para Bolivia
El año pasado, Morales firmó un decreto mediante el cual se estableció que la wiphala, bandera que representa a la población indígena –mayoría en Bolivia-, debía izarse en los edificios públicos a la par de la tricolor bandera nacional. Junto con ese decreto, se cambió el nombre de República de Bolivia por Estado Plurinacional de Bolivia.