jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz 2010!

Parece que se termina el año no más y aunque este blog recién asoma su cabeza en el espacio cibernético no desaprovecha la oportunidad para establecer una profunda lejanía de todo aparato tecnológico mediante el cual se pueda acceder a información repetida por cualquier medio de comunicación masivo.

Aprovechen esta convención para sumergirse en el plano de los deseos y deseen profundamente. Abran las ventanas y dejen que el aire fresco los penetre hasta inundar cada agujero del corazón, el alma o cualquier otro lugar donde crean que se aloja el espíritu. Quieran con ganas, anímense a renovarse y a acercarse un poco más a eso que les gustaría ser. Y disfruten del placer de elegir el propio destino. Salud!

lunes, 21 de diciembre de 2009

El hombre de la pluma de hierro


El primer contacto que tuve con Robert Cox fue en 2007, vía mail. Yo le había enviado unas preguntas para la tesis de grado que estábamos elaborando con Julia. Robert contestó muy amablemente y desde entonces había quedado pendiente un encuentro cara a cara en alguna de sus visitas a Argentina. El mes pasado tuvimos la oportunidad de compartir un café con él, su esposa Maud y su hija mayor, Victoria, en su departamento de Buenos Aires. Lo que sigue no es una entrevista, sino algunas impresiones de ese encuentro.


Cuando le dijeron que estaban quemando cuerpos en el cementerio de la Chacarita, él se dirigió de madrugada hasta el lugar y junto a su mujer, desde el auto, pudieron ver el humo que salía del crematorio que pertenecía a desaparecidos de la última dictadura militar.

Para este inglés de veintiocho años aquellos rumores de lo que estaba pasando eran difíciles de creer pero necesariamente constatables porque hablaban de la muerte, aquella que más tarde se conocería como el peor genocidio del Estado argentino contra su propio pueblo.

Fue así que el diario que entonces dirigía Robert Cox comenzó a publicar en su tapa los primeros hábeas corpus de los desaparecidos, como única herramienta con la que contaba un periodista para denunciar los crímenes de la dictadura en el mismo momento en que éstos se ejecutaban. The Buenos Aires Herald, junto con Río Negro y El Día marcaron la diferencia al seguir esta línea en momentos donde la tendencia general era inventar una realidad blanda que no alterara la situación del momento.

Las denuncias fueron seguidas de sórdidos cruces con los más altos “minotauros” de la junta militar, como el entonces ministro del Interior, Eduardo Albano Harguindeguy, quien no dudó en decirle a Cox que la lista con los nombres de los desaparecidos que le acaba de entregar la “la tiro a la basura”. Poco después fue detenido y arrojado a la humedad de un calabozo “que tenía una esvástica pintada en la pared”, del cual salió con vida gracias a la presión de la prensa internacional.

La decisión de abandonar el país llegó recién en 1979, ante la amenaza recibida en la escuela por uno de sus cinco hijos. Tras una breve gira por varios países los Cox se establecieron en Estados Unidos, siempre con la idea de poder regresar a Argentina. Sin embargo, como suele sucederle a los viajeros, el mismo transitar del recorrido los fue alejando de esa idea original y la vuelta al país del sur quedaría relegada a escasas dos visitas por año.

Hasta hace poco Robert se desempeñó como subdirector de The Daily News and Courier, un destacado diario de Carolina del Sur, donde reside actualmente. Ahora, alejado de la vertiginosa rutina del periódico, mientras tomamos un café en su casa de Palermo, Bob nos cuenta que, a sus setenta y cinco años, tiene ganas de escribir un libro. Pero no adelanta más y prefiere, antes que hablar de sí mismo, saber cómo está La Plata. Pregunta qué tal es la Universidad, cómo viene la mano para los periodistas jóvenes, cuánto cuesta un alquiler. Pero pone énfasis y pregunta varias veces sobre “qué se dice y qué se sabe de Kraiselburd”, David, fundador de El Día y asesinado por Montoneros.

Los años del “infierno” están en el aire, y van y vienen en cada tema de conversación. Sin duda, han sido un punto de inflexión en la vida de la familia. Hay un antes y un después signado por la valentía, el horror, el dolor de perder a los amigos, el exilio, los deseos truncados. Los Cox parecen congelados ahí y necesitan contar lo que vivieron para purgar el dolor.

Maud Daverio, la argentina que lo acompaña desde que Bob llegó al país, editó en 2005 sus memorias sobre aquellos años. El libro lleva el título “Salvados del infierno” y cuenta en primera persona cómo fue la toma de conciencia de lo que pasaba en los ´70, para ellos, una familia de la “alta burguesía”. Esa mujer de ojos verdes y pelo colorado, afirma en el prólogo que la obra es “para mis hijos y para el futuro, destinada a quienes les interese el tema que aún duele”. Su hijo David, también periodista, ha escrito “Dirty secrets, dirty war”, aún no traducido al castellano, donde narra el exilio de su padre. El 7 de noviembre pasado la legislatura porteña destacó a Robert con el título de Ciudadano Ilustre, “por su incansable lucha por los derechos humanos”.

Si bien Maud afirma que “nuestra vida ha quedado desde entonces, suspendida en el pasado”, me atrevo a afirmar que el anclaje en aquella época no les impide, sin embargo, tener un preciso conocimiento de la actualidad tanto estadounidense como argentina, y muestran una voracidad tremenda por aprehender cómo se vive y por hablar de periodismo.

Hablamos de las nuevas tecnologías, de los cambios en la rutina a partir de internet, la explosión de los blogs, el uso de Twitter. Sostiene que los diarios no van a desaparecer porque esa es la fuente primordial para comprender lo que está pasando. Cuenta que en Estados Unidos la cosa se puso difícil, que los periódicos han despedido grandes cantidades de periodistas y que muchos de ellos han venido a Argentina a escribir libros.

Hablamos del Gobierno. Con estricta coherencia nos repite las palabras que intercambiamos alguna vez y dice que le preocupa lo que ha hecho Néstor Kirchner, querer hablar “por encima de los medios, no dar conferencias de prensa, comunicarse directamente con los ciudadanos”. Con sincera aflicción opina que esa actitud totalitaria perjudica a la democracia. Y después calla, escucha, posa su mirada atenta y límpida sobre quienes compartimos la mesa, abre el juego.

Queremos saber qué opina de la ley de medios audiovisuales. Sospecho de antemano que va a ser crítico de la iniciativa, tras leer la resolución de la última asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa en la que “expresa su preocupación por las consecuencias negativas que la normativa aprobada tendrá para la libertad, la diversidad y la sustentabilidad de los medios vigentes en el país”. Pero lejos de concordar –pese a haber sido presidente y emisario de ese organismo- Bob saluda a la nueva ley y pregunta, con humildad, cómo vemos el lugar que el Gobierno le da a las organizaciones comunitarias y sin fines de lucro.

Bob es de esas personas con las que uno se olvida del reloj, de lo que tiene que hacer después, de la rutina. Pero tocan el timbre y nos recuerda que hemos estado ahí demasiado aunque no suficiente tiempo. Detrás del timbre, la puerta que se abre y una joven periodista saluda a Maud, a quien viene a entrevistar, por su libro. Como una pareja que recién se conoce, nos vamos sintiendo en las piernas un cosquilleo dulce y deseando que pronto nos volvamos a ver.

viernes, 18 de diciembre de 2009

La lección del Flaco


Sin quitarse los anteojos de color pero quedando desnudo ante las cuarenta mil personas que lo observaban sigilosas, Luisito, el Flaco, le cantó, casi a capela, una hermosa versión de “Muchacha” a su madre Julia que lo observaba desde la primera fila en un recital que, seguramente, nunca más vuelva a ver.

Cuidándole la espalda, como tres hermanos perros, Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García tararearon con voz cruda el estribillo y, al finalizar, abrazaron con fuerza a aquel flaco que supo ser su compañero de ruta antes de ser el Flaco que, a cuarenta años, vemos sobre el escenario.

Es increíble como los momentos de más sencillez e intimidad son los que provocan las mayores descargas y son capaces de rebalsar los ojos de tres generaciones. Ni la majestuosidad desplegada por los más grandes monstruos vivos del rock nacional presentes esa noche -Charly García, Gustavo Cerati, Fito Páez-, logró alcanzar el clímax emanado por aquella melodía del hombre que busca robarle un color a su muchacha.

También Juanse, de Los Ratones, se acercó a la fiesta para versionar una pomélica –y no polémica- versión de “¿A dónde está la libertad”, una forma de hacer presente al genial Pappo que desde algún lugar se debe haber deleitado esa noche.

Cerca de cuarenta músicos pisaron las tablas de Vélez para compartir momentos inolvidables junto a un flaco que mantuvo la vitalidad del principio durante cinco horas y media. Se lo notaba contento, disfrutando, realizado. Y a cada leyenda que subía al escenario, con ternura y hondo agradecimiento, lo presentaba como “un genio”, “el más grande de la música”, un “monstruo”. Algunas veces, incluso, no encontraba las palabras y trataba, con sus manos, de desenvolver aquel sentimiento que no era más que amor profundo.

Es que nada en él se encuentra en la superficie.

Para celebrar con las bandas eternas, el Flaco se sumergió en esos cuarenta años de historia y devolvió entonces el aura a inconmensurables obras como “Bajan”, “Asilo en tu corazón”, “Cementerio club”, “Durazno sangrando”, “Amor de primavera”, “Credulidad”, “Postcrucifixión”, “Seguir viviendo sin tu amor”, “Color humano”, “Yo quiero ver un tren”, que no sonaban en vivo desde hacía décadas.

La formación entera de Invisible; los tres genios de Almendra, “que de lo genios que son hacen otro más. O sea que son cuatro genios” y todos los integrantes de Pescado Rabioso detuvieron su reloj biológico y jugaron a ser aquellos que fueron décadas atrás. El único ausente fue Daniel el “tuerto” Wirtz, batero de Los Socios del Desierto, que debe haber visto desde arriba el profesionalismo con que Javier Malosetti cumplió su reemplazo.

Pienso cuántos de nosotros podríamos organizar una fiesta de estas características. Pienso cuánta gente es capaz de sostener, a lo largo de cuarenta años, una relación tan perfecta con todos sus compañeros de viaje. Y pienso que por eso el Flaco es sinónimo de grandeza.

Frente al escenario se recortaba en el cielo negro la luna redonda. Sobre las tablas brillaba la estrella que ningún músico que quiera hacer rock nacional en esta época puede soslayar. Ricardo Mollo, sobre el final, aprovechó el micrófono para devolverle al Flaco unas palabras de agradecimiento y valoró haber vivido en tiempo real el auge de sus bandas eternas.

Juntos tocaron “8 de octubre”, la canción que homenajea a los nueve chicos que perdieron la vida en una ruta de Santa Fe, causa a la que el Flaco abraza desde el primer momento. Cantó “Nasty people (behind the wheels)” y siguió dejando en el aire temas escritos en el libro de la buena memoria, para finalizar el dantesco obsequio con “No te alejes tanto de mi”.

Haciendo dos hileras que recorrían de punta a punta el escenario, las decenas de genios formaron fila y quebraron sus cinturas en un abrazo que cerró una noche etérea. El aplauso extendido del público parecía querer prolongar un espectáculo que no debía terminar nunca. Nos fuimos sin saber que acabábamos de protagonizar un capítulo de la historia.

08-12-2009

La noche cover

Hace siete años que Divididos no saca un disco nuevo y sin embargo llena estadios cada vez que visita La Plata. ¿Qué vamos a buscar los que insistimos en ir a cada nueva-vieja cita, cuando los momentos que hacen vibrar son de 1996, como El 38, Sábado o Paisano de Hurlingham?

Con la sola intención de caracterizar a la de hoy, diré que fue la noche de los covers. Primero, por los covers- covers: Sucio y desprolijo dedicado a Noberto, la infaltable Rubia tarada y el clásico Tengo, para Sandro, “que tanto ha hecho por la música”. Segundo, por los covers- de- sí- mismos: que Divididos toque hoy los mismos temas que trece años atrás demuestra que, actores de lo que fueron, el autohomenaje funciona y bien entre los seguidores del trío.

Pero hay un punto donde la fórmula jamás se repite y es cuando aparecen las aplanadoras, esas que no te dejan dejar de sacudir el cuerpo y al mismo tiempo mirar atónito al tipo de la bata que le pega con énfasis empedernido a los parches y platillos, mientras revolea la cabeza y los brazos amenazan con desprenderse del cuerpo.

Es difícil calcular el tiempo, porque uno se queda sin coordenadas ante tanta majestuosidad. Al pibe este le dicen “pulpo” pero tiene nombre de cacique, es Catriel Ciavarella y es increíble lo que agita. Entre los tres crean momentos que devuelven el alma al cuerpo y uno se da cuenta, aunque no sepa nada de música, que ahí está pasando algo grande, que lo están haciendo realmente bien.

Después de tanta altura no queda otra que bajar. Mollo se sienta en el medio del escenario y Arnedo, que prefiere el bafle, toca con la seguridad de los que saben lo que hacen. Desde ahí una versión exquisita de Spaguetti del rock, seguida de Par mil y, también sentados, dedicada a la Negra Sosa, Vientito del Tucumán. Todos aplaudimos a Mollo por esa voz que se siente con la piel y se disfruta con el oído.

Una destacable búsqueda del equilibrio de parte de la gente que embelesada repite siete veces siete el ritual que nunca se repite, grita por Arnedo. Y Arnedo que se queda calladito, con el bajo en vertical, las piernas semiflexionadas el torso yendo par adelante y para atrás, estoico, todo de negro, como dando las gracias.

La noche de los covers abre un paréntesis y llega el tema nuevo del disco que anticipan desde abril. Las cabezas se quedan quietas y escuchan respetuosas el convite. Suena bien el tema nuevo, pero no me basta una vez para digerirlo. Arriesgo: me pareció escuchar un novedoso sonido tipo oriental en una de las partes… El tiempo dirá.

Avanza la noche, llega la infaltablecielitolindo y uno ya sabe que se está acercando el final. Mollo hace la clásica con la Topper y después ofrece un interminable punteo con los dientes. Me impresiona verlo y debe ser que la seca me alteró los sentidos porque empiezo a pensar que no entiendo cómo esa magia hecha canción se puede conectar con la escena que capto con los ojos. Me pierdo en lo que pienso y dejo de pensar. Todo es música. Y eso es lo verdadero. Ellos ahí, nosotros acá: hemos cumplido. No hay intervalo, hay poco diálogo. No le hablan a La Plata, no hay invitados, no toca el pibe de doce años (ya debe ir por los catorce) que la rompe en Ala delta, pero Ala delta que llega en sólo dos acordes de Arnedo, que se queda con el único cono de luz y nos trae volando a la chica que está en el cielo todo el tiempo.

Todos volvemos a amar a Divididos. Con covers, con plagio de sí mismo, que viva para siempre, que no se acabe su música.

Un Ala delta que empalma con la segunda y última aplanadora, para terminar. Un Mollo que a mitad de camino saca las cuerdas y las tira a la tribuna, salta la valla, se mezcla con la primera fila y vuelve al escenario, saluda con un brazo en alto, se abraza a los plomos y se va, antes del fin, mientras el bestia de la bata ofrece el segundo saque lisérgico con un Arnedo que lo va domando, lo guía, lo acompaña, lo alienta, lo excita y lo calma, y juntos hacen esas cosas de no creer y sostienen, como diez minutos, esa serie progresiva que después empiezan a disminuir, despacito, sin apuro, como dejándola ir, hasta que un golpe seco devuelve el silencio que indica el final y todos nos podemos ir con el alma en su lugar.

14-11-2009

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Bienvenida

Termina el 2009 y, contra toda tendencia que indica que es tiempo de balance y cierre, acá se abre un blog que intenta ser un espacio de encuentro e intercambio de sensaciones sobre aquellas cosas que están en el aire y nos invitan al diálogo. Para poder entrar sólo hay que sacarse los zapatos y dejarse llevar por la música...