viernes, 18 de diciembre de 2009

La noche cover

Hace siete años que Divididos no saca un disco nuevo y sin embargo llena estadios cada vez que visita La Plata. ¿Qué vamos a buscar los que insistimos en ir a cada nueva-vieja cita, cuando los momentos que hacen vibrar son de 1996, como El 38, Sábado o Paisano de Hurlingham?

Con la sola intención de caracterizar a la de hoy, diré que fue la noche de los covers. Primero, por los covers- covers: Sucio y desprolijo dedicado a Noberto, la infaltable Rubia tarada y el clásico Tengo, para Sandro, “que tanto ha hecho por la música”. Segundo, por los covers- de- sí- mismos: que Divididos toque hoy los mismos temas que trece años atrás demuestra que, actores de lo que fueron, el autohomenaje funciona y bien entre los seguidores del trío.

Pero hay un punto donde la fórmula jamás se repite y es cuando aparecen las aplanadoras, esas que no te dejan dejar de sacudir el cuerpo y al mismo tiempo mirar atónito al tipo de la bata que le pega con énfasis empedernido a los parches y platillos, mientras revolea la cabeza y los brazos amenazan con desprenderse del cuerpo.

Es difícil calcular el tiempo, porque uno se queda sin coordenadas ante tanta majestuosidad. Al pibe este le dicen “pulpo” pero tiene nombre de cacique, es Catriel Ciavarella y es increíble lo que agita. Entre los tres crean momentos que devuelven el alma al cuerpo y uno se da cuenta, aunque no sepa nada de música, que ahí está pasando algo grande, que lo están haciendo realmente bien.

Después de tanta altura no queda otra que bajar. Mollo se sienta en el medio del escenario y Arnedo, que prefiere el bafle, toca con la seguridad de los que saben lo que hacen. Desde ahí una versión exquisita de Spaguetti del rock, seguida de Par mil y, también sentados, dedicada a la Negra Sosa, Vientito del Tucumán. Todos aplaudimos a Mollo por esa voz que se siente con la piel y se disfruta con el oído.

Una destacable búsqueda del equilibrio de parte de la gente que embelesada repite siete veces siete el ritual que nunca se repite, grita por Arnedo. Y Arnedo que se queda calladito, con el bajo en vertical, las piernas semiflexionadas el torso yendo par adelante y para atrás, estoico, todo de negro, como dando las gracias.

La noche de los covers abre un paréntesis y llega el tema nuevo del disco que anticipan desde abril. Las cabezas se quedan quietas y escuchan respetuosas el convite. Suena bien el tema nuevo, pero no me basta una vez para digerirlo. Arriesgo: me pareció escuchar un novedoso sonido tipo oriental en una de las partes… El tiempo dirá.

Avanza la noche, llega la infaltablecielitolindo y uno ya sabe que se está acercando el final. Mollo hace la clásica con la Topper y después ofrece un interminable punteo con los dientes. Me impresiona verlo y debe ser que la seca me alteró los sentidos porque empiezo a pensar que no entiendo cómo esa magia hecha canción se puede conectar con la escena que capto con los ojos. Me pierdo en lo que pienso y dejo de pensar. Todo es música. Y eso es lo verdadero. Ellos ahí, nosotros acá: hemos cumplido. No hay intervalo, hay poco diálogo. No le hablan a La Plata, no hay invitados, no toca el pibe de doce años (ya debe ir por los catorce) que la rompe en Ala delta, pero Ala delta que llega en sólo dos acordes de Arnedo, que se queda con el único cono de luz y nos trae volando a la chica que está en el cielo todo el tiempo.

Todos volvemos a amar a Divididos. Con covers, con plagio de sí mismo, que viva para siempre, que no se acabe su música.

Un Ala delta que empalma con la segunda y última aplanadora, para terminar. Un Mollo que a mitad de camino saca las cuerdas y las tira a la tribuna, salta la valla, se mezcla con la primera fila y vuelve al escenario, saluda con un brazo en alto, se abraza a los plomos y se va, antes del fin, mientras el bestia de la bata ofrece el segundo saque lisérgico con un Arnedo que lo va domando, lo guía, lo acompaña, lo alienta, lo excita y lo calma, y juntos hacen esas cosas de no creer y sostienen, como diez minutos, esa serie progresiva que después empiezan a disminuir, despacito, sin apuro, como dejándola ir, hasta que un golpe seco devuelve el silencio que indica el final y todos nos podemos ir con el alma en su lugar.

14-11-2009

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