domingo, 20 de noviembre de 2011

Magia

Me gusta cuando a vida se abre y sorprende con alguna de sus delicias inimaginables. Cuando de momento a otro empieza a derramar una felicidad que llena ese vacío constitutivo del hombre y bordea la angustia o la pena.

Me gusta cuando esa felicidad está en el ambiente y se comparte. Es, si no me equivoco, lo más parecido a un acto de amor colectivo.

Durante el concierto de Silvio Rodríguez en Ferro el mundo se abrió para crear uno de esos momentos extraordinarios.

Con la sencillez de un hombre común, el trovador cubano cerró su gira en Buenos Aires con un concierto de tres horas bajo un cielo diáfano, iluminado por los balcones de los edificios que rodeaban la cancha.

Con la sola puesta en escena de los músicos que lo acompañan,

con la comodidad del artista que moldea con amor cada pieza,

Silvio reinventó sus propios temas musicales ofrendando versiones delicadas de melodías inventadas hace décadas y que sonaban ahora con la vigencia de la primera vez. Repitió sin cansancio letras escritas cuando el mundo era otro y que nos siguen hablando, porque cuando el arte se encuentra con el Hombre, con la Libertad o con el Amor, le habla, en realidad, a todos los hombres, en cualquier parte del mundo.

La Canción del elegido, dedicada a los cinco cubanos presos en el imperio acusados de espionaje; Todavía cantamos, para Abuelas y Madres de Plaza de Mayo; su carta a Violeta Parra, el vibrante Óleo de mujer con sombrero; la calidez de Escaramujo y las profundidades de Sueño con serpientes, El necio, Casiopea, La era está pariendo un corazón o Te doy una canción, ingresaron por los oídos de miles de personas simultáneamente generando una experiencia de la que no hay retorno.

Silvio tomó en sus manos y moldeó el corazón de los presentes con la delicadeza de las madres que levantan de la cuna a sus hijos para hamacarlos contra su pecho y volverlos a acostar. Ese acto de amor se tradujo en una sensación que no puede explicarse con palabras mundanas, sino con magia.

Una magia que se extendió durante varios bises, en los que el trovador volvía a asomar al escenario y se ofrecía nuevamente, en la intimidad de su guitarra, sobre el escenario.

La despedida fue con los brazos abiertos de quien da y recibe sin medida, con el gesto de disculpas del artista por ponerle fin a la obra, con su aplauso en agradecimiento hacia el público, con la resistencia de las personas que seguían en la tribuna aún encendidas las luces.

Buenos Aires es, desde el viernes, un lugar más habitable.