lunes, 29 de mayo de 2017

“Estoy acá para terminar con un sentimiento de muerte constante que me acompañó toda la vida”

En una nueva audiencia del juicio que se lleva adelante en La Plata contra Juan José "Pipi" Pomares y Carlos “el indio” Castillo, dos de los integrantes de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), declararon como testigos Graciela Raisin, hermana de Daniel, un estudiante de ingeniería asesinado en febrero de 1976, y de Ariel Alberto Suárez, hijo de Luisa Marta Coita, secuestrada y asesinada en abril de ese año que, si bien no es caso en este juicio, numerosos datos lo vinculan a esta agrupación paramilitar de la derecha peronista que dejó cientos de víctimas en La Plata y Mar del Plata.

De cabello corto rubio, maquillaje sobresaliente y usando una férula en su pierna izquierda, Graciela Raisin, médica y psicóloga de 63 años, llegó hasta la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata y contó cómo fue el secuestro de su hermano Daniel, un estudiante de ingeniería, ocurrido en la humilde casa donde ambos vivían junto a su madre en la calle 171 entre 16 y 17 de Berisso.

Graciela contó que la noche del 19 de febrero de 1976 estaba durmiendo en el sillón del living porque había una tía de visita en la casa, cuando escuchó un golpe fuerte en la puerta. “Dijeron que abriera, que era el Ejército Argentino. Y yo abrí –dijo remarcando su ingenuidad en esa época-. Mi papá había sido del Ejército, yo tenía 22 años y no tenía idea. Entró un malón como de veinte personas con armas largas. Después supe que esas eran las FAL”.

A Graciela y a su madre las pusieron de frente a una ventana mientras recorrieron la casa en busca de armas. “Yo escuchaba que iban y venían. Me preguntaban qué hacía y yo les dije que estudiaba psicología. Yo me había comprado los tres tomos de Freud. Me preguntaban por qué había tantos libros y si mi hermano había sido delegado. Les digo que sí, en el Automóvil Club, y como no lo dejaban tomarse vacaciones había renunciado”, recordó.

“Se llevan a mi hermano. El que dirigía le dice ‘Gordito, ponéte un saco que hace frío’. Lo llevaban a 12 y 60 (a una Unidad Regional de la Policía bonaerense). Yo lo vi cuando se lo llevaban y él sonrió. Esa imagen es difícil de olvidar porque es la última”, recordó visiblemente conmovida.

Luego del secuestro de su hermano, Graciela fue a la comisaría en Berisso y allí le dijeron que pidiera un hábeas corpus. “Yo no sabía lo que era. Estudiaba pero no tenía mucho conocimiento. Entonces llamamos a un conocido de mi mamá de Entre Ríos, que era subcomisario y vivía en La Plata. Después supimos que era amigo de Etchecolatz. Y él me llevó a 12 y 60. Yo le llevaba cosas a mi hermano y él me dijo ‘vuela a las 12 de la noche’. Yo no sabía ni dónde estaba parada. Todo lo que me decían lo creía”, se lamentó.

Acudieron entonces a (Eduardo) Lopez Osornio, que era concejal en Berisso y amigo de su hermana. Volvieron a 12 y 60 donde les mostraron una foto. “Estaba mi hermano tirado boca abajo junto con el otro chico, Alcides Méndez Paz (un estudiante de ingeniería y trabajador de Astillero Río Santiago). Su carita estaba en una zanja, con la boca abierta y las manitos atadas atrás. Me mostraron la ropa. Era una camisa toda agujerada. Me puse a contar los balazos. No sé cuántos eran, entre 16 y 19. Les pedí si me la podía llevar y me dijeron que no. Yo quería algo de mi hermano”, narró ante una sala llena.

Castillo al frente de la patota

En su declaración frente al TOF N°1 de La Plata, compuesto por Germán Castelli, Pablo Vega y Alejandro Daniel Esmoris, Graciela contó cómo fue que se enteró que Castillo había sido uno de los hombres que entraron a su casa la noche del secuestro de su hermano. “El 12 de mayo de 1976 llevé una nota al Ejército porque no sólo habían matado a mi hermano, nos habían robado todo. Mi mamá tenía cosas de oro, se llevaron todo y los tres tomos de Freud”, señaló.

“Una vez me llama un comisario de 12 y 60 porque había caído ‘la banda de Castillo y toda la familia’. El comisario me dijo ‘esta fue la banda que mató a tu hermano’ y me dijo que eran de la CNU. Y yo le digo ‘pero si eran del Ejército’, y me dice ‘no, tenían la ropa, nada más’. Me hicieron ver si yo reconocía algo de lo que me habían sacado y no reconocí nada. A mí eso me quedo grabado, no entendí cómo toda una familia estaba metida. Aún hoy no entiendo cómo lo mataron a mi hermano. Que yo supiera no tenía ninguna militancia. Quería casarse, estudiaba. Era peronista porque lo era mi papá, a pesar de ser del ejército”, afirmó.

“Como pude intenté sobrellevar la muerte de mi hermano. Me puse anteojeras como los caballos y lo único que hice fue estudiar. Pero necesito una respuesta. Por eso vine acá, para ver si el señor Castillo me podía informar”, apuntó.

“Castillo me hizo dar un giro de 360 grados. Ahí entendí la vida. Le tendría que agradecer que tanto dolor me hace comprender ahora el dolor ajeno. Me dediqué a todo lo que hago, pero ahora puedo entender. Yo tenía 22 años y era tonta. Yo estudiaba a Marx, a Engel, a Freud, y repetía. El señor Castillo me hizo entender todo de golpe”, finalizó.

“Estoy acá para terminar con un sentimiento de muerte constante que me acompañó toda la vida”

Ariel Alberto Suárez, camarógrafo de 52 años, llegó acompañado por su esposa y sus dos hijas, que lo escucharon durante más de una hora declarar lo que recordaba del secuestro de su madre, Luisa Marta Coita, ocurrido en 1975, cuando él era un niño de 10 años. De pelo negro y voz firme, sin quitase el abrigo, comenzó su relato con dificultad. “Me voy a tomar mi tiempo porque me cuesta hablar”, aclaró. “Soy hijo de Luisa, una militante asesinada en La Plata en 1975 como tantos otros militantes en La Plata, en Mar del Plata y en todo el país, pero sobre todo acá en La Plata por el accionar de la CNU, antes y después del golpe del 76. Soy víctima del terrorismo de Estado junto con mis hermanos”.

Si bien era un niño, Ariel contó con detalles cómo era el clima de amenaza y terror que se vivía en su casa, cuando comenzaron las intimidaciones a Luisa, que al momento de su secuestro trabajaba en el Hipódromo de La Plata y en la fotocopiadora de la Legislatura bonaerense, y estudiaba Filosofía y Letras en la Facultad de Humanidades de la UNLP.

Con el libro de los periodistas Cecchini y Elizalde Leal sobre la CNU y una foto de su madre en la mano, relató: “Recuerdo perfectamente las amenazas en mi casa. A Luisa comienzan a hostigarla cuando vivíamos en una casa de 16 y 37. En un episodio llegó un hombre a la puerta de casa, se quedó ahí un rato, fumaba, no hubo diálogo. Sí recuerdo el temor de Luisa porque espiábamos por una rendija de la puerta. Ahí podíamos ver a este hombre que estaba siempre de espaldas, amenazante”, relató.

“Al poco tiempo nos mudamos a un departamento en 47 entre 10 y 11 y se suceden una serie de hechos intimidatorios. El primero una noche, mis hermanos dormían y escucho ruidos. Voy a su habitación y la encuentro sentada en el borde de su cama. Había un hombre adentro del departamento, fumaba, no decía nada. Luisa me pedía que me quede callado. La persona apagó el pucho y se fue. La segunda que recuerdo, un poco más complicada, entramos al departamento y nos sorprenden cuatro hombres. Tuve una reacción natural, quise proteger a mi madre, revoleé algo y uno de los hombres me manoteó, sentí la mano y sentí todo el temor que se siente en esas circunstancias. Presencié el apriete que le pegaron a Luisa, sentada en una silla. Se turnaban para amenazarla, le decían cosas, me señalaban a mí. Estuvieron un buen rato y se fueron”, contó.

“Yo ya estaba aterrorizado, era muy consciente de lo que estaba pasando, que a la gente la asesinaban, que aparecían cuerpos de los compañeros desperdigados por ahí. Como hasta hoy sigo muy afectado por todo eso, me marcó mucho y sigo muy afectado y por eso estoy acá, para terminar con un ciclo de sufrimiento, de dolor, de bronca, de sentimiento de muerte constante que me acompañó toda la vida”, dijo.

“Recuerdo que le dije a Luisa ‘¿qué vamos a hacer si el indio te mata?’. Porque eso era lo que sonaba: el indio. Recuerdo su carita, realmente la sorprendí. Ese día se dio cuenta de lo que estaba sufriendo yo también”. Y agregó: “Yo le dije a Luisa que se fuera del país en una lancha, tenía la oportunidad de irse a Uruguay, y no quiso”.

Al poco tiempo a Luisa la levantan de la estación de trenes de La Plata cuando sale de trabajar. “Era una madre que estaba sola, mis viejos estaban separados, era una persona que estaba tratando de hacerse de una vida. Se la llevan en un operativo. Eran seis hombres según algunos relatos”, aseguró.

Asesinan a Luisa y mi vida se terminó como se termina la vida de cualquier chico al que le asesinan al padre o a la madre en forma traumática”, expresó Ariel y contó que en ese momento, él y sus hermanos se fueron a vivir con sus abuelos paternos a una casa humilde de Tolosa. “Nos criaron de la mejor manera posible pero sin poder darnos respuestas sobre un proceso histórico. A la muerte de Luisa intentaron primero hacerla pasar por un accidente, intento vano porque yo sabía perfectamente qué había pasado”, concluyó.

 Caminando por calle 8

Ariel aseguró que a dos de esas personas que entraron a su casa e interrogaron a su madre las pudo reconocer años después. “Una era Ricardo Calvo, alias Richard. Lo reconozco caminando por calle 8 cuando y tenía 14 o 15 años. Yo dije ‘este tipo estuvo en mi casa’. Lo seguí y entró a la Legislatura. Lo seguí porque crecí sabiendo que los asesinos de mi vieja estaban en la ciudad tomando café. Con el tiempo descubro que no solamente estaban tomando café sino que habían hecho carrera en la Legislatura, hasta que fueron jubilados con total comodidad”. La otra persona era Antonio ‘Tony’ Jesús, asesino de Luisa y de tantos compañeros”, espetó.

En tanto, “Al indio lo reconocí en un reconocimiento fotográfico en este lugar”, señaló en otro momento de su declaración.

“El cuerpo aparece en Los Talas, hay varias versiones, todas horrorosas. Para algunos estaba vestida, para otros, desnuda. Lo que es seguro es que tenía las manos atadas con alambre. Un tío me dio detalles de la autopsia: estallido de hígado aparte de impactos de bala. La cara estaba intacta, la recuerdo del velorio”.

Si bien casi todo el relato de Suárez apuntó a la presencia de Castillo, cuando uno de los abogados querellantes de la Secretaría de Derechos Humanos le preguntó si sabía algo del otro imputado en este juicio, Suárez respondió: “De Pomares puedo decir que a medida que conocí compañeros de mi madre me cansé de escuchar ‘el pipi fue uno de los asesinos de tu madre’. Era vox pópuli”. No obstante, la muerte de Luisa Marta Coita no fue incluida como caso en este juicio.

Vengo arrastrando esto desde hace 42 años y agradezco a este proceso en el que se está enjuiciando a parte de a los responsables del genocidio que se cometió en Argentina en los 70. Espero que este juicio sirva para condenar, aparte de a los responsables, que sirva también para aclarar participaciones de otros, a pesar de que no están siendo enjuiciados aquí seguramente por falta de pruebas, porque la idea era asesinar y no dejar testigos” finalizó y se retiró de la sala abrazado por sus hijas. 

martes, 23 de mayo de 2017

#JuicioCNU: "Es como que hubiese caído una bomba en mi casa y nadie sabe cómo reaccionar"

En la tercera audiencia del juicio que se realiza en La Plata contra dos de los integrantes de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), Juan José “Pipi” Pomares y Carlos “el indio” Castillo, por delitos de lesa humanidad, familiares de Graciela Martini y Néstor Dinotta, la pareja de militantes de la Juventud Peronista asesinada el 4 de abril de 1974, brindaron testimonio ayer frente al Tribunal Oral Federal en lo Criminal 1 de La Plata.

Con la sala 1 del Juzgado repleta y reclamos para que se destine al juicio una sala más grande y se garantice que sea un proceso oral y público, Fabián Martini, un maestro mayor de obras de 51 años y hermano de Graciela Martini, contó con voz pausada lo que vivió la noche del sábado 4 de abril de 1976, cuando tenía sólo diez años. Recordó estaba junto a su madre en su casa de 34, entre 14 y 15, cuando comenzaron a golpear la puerta de entrada con violencia, acompañando los golpes con una advertencia: “Abran la puerta o la tiramos abajo”.

El padre de Fabián y su hermano estaban trabajando en las afueras de La Plata, y Graciela había salido a comer con su novio y otra pareja amiga. Como Fabián no abría, intentaron romper la puerta con un hacha. “Irrumpen cinco personas. Una de entre 50 y 55 años vestida de civil. Detrás, entran cuatro con borcegos, pantalón camuflado y chaqueta deportiva. Daba la impresión de que eran de alguna fuerza de seguridad pero no mostraron placa ni orden de allanamiento”, declaró.

“Mi mamá tenía problemas psiquiátricos y ante la emoción se quedaba paralizada, no hablaba. Nos interrogan. Como yo siempre respondía lo mismo, a mí me llevan a la cocina y desde ahí veía  a mi mamá sentada en el comedor, con dos hombres que la interrogaban. Como ella no contestaba, uno le empieza a pegar. Yo me levanto, intento ir para el comedor y uno me agarra del cuello –recordemos que yo tenía 10 años- me levantó, me pone una pistola en la cabeza y la gatilla. Preguntaban dónde estaba mi hermana, y dónde estaban los volantes y panfletos”, contó.

Fabián, pelo rubio lacio barba y anteojos, hizo referencia a que uno de los hombres que ingresaron a su casa lo llevó a la habitación. “Se sentó al lado mío en la cama y entre comillas intentó explicarme por qué estaba pasando eso. Y me dijo: ‘agradecé que sos el hermano y no el hijo porque debés tener un gen de izquierda y estarías muerto en este momento’”.

La patota que ingresó a la casa de Martini, además de quemar libros y fotos, destrozó placares en busca de armas. “Uno empezó a sacar el parqué con el hacha”, recordó. Para entonces ya eran las 4 de la madrugada y la patota se empezó a inquietar porque Graciela no volvía y no se ponían de acuerdo en cómo seguir. Finalmente deciden bajar a la madre de Fabián y llevarla hasta otra casa. Fabián los intenta seguir cuando estaban subiéndola al auto, “pero uno que viene detrás mío me levanta y me dice ¿a dónde vas? Veo que un vecino abre la puerta y nos ve. Y yo con 10 años le digo ‘llama a la policía’. Y el vecino hace esto –indica con un gesto que cerró la puerta. Y la policía estaba acá. Ahí me di cuenta que no sabía lo que iba a pasar”, relató.

Alrededor de las 6 de la mañana trajeron de vuelta a la mujer y la dejaron encerrada junto a Fabián en el depósito. “Escucho coches que salen a toda velocidad y a los pocos minutos ruidos de tiros. Después ya no escuché más nada”. Ambos fueron rescatados por un familiar que pasaba de casualidad por el frente de la casa y le llamó la atención el hachazo en la puerta.

“Se llevaron una escopeta, un anillo y una cadenita de mi primera comunión, un rosario de mi mamá y otras pertenencias –enumeró-. Con el tiempo llaman a casa de la comisaría, va mi hermano y le hacen ver pertenencias en una mesa. Él dijo esa escopeta, eso y eso es mío. El comisario le dijo: ‘vos estás estudiando en la Tecnológica de Berisso y tu hermano va a tal escuela. Yo que vos no vi nada y firmo acá’”.

Fabián declaró que previo al ataque en su casa, su hermana había recibido algunas advertencias. Cuando salía con amigas, había un auto que las seguía. “Al principio era muy sutil. Después pasaban por al lado y era como que te decían ‘los estamos siguiendo’”. Recordó que esto era tema de discusión los domingos en el seno familiar. “Mi viejo estuvo en la Segunda Guerra Mundial y el contexto que había acá no le gustaba. La discusión era con mi hermana, para que dejara su militancia en la Juventud Peronista. ‘No quiero encontrarte el día de mañana tirada en un zanjón’, le decía. Y de hecho fue así”, relató.

Señaló que el lunes siguiente a la aparición del cuerpo de su hermana acribillado en la calle 11 del barrio Los porteños de City Bell, él fue a la escuela pretendiendo cierta normalidad. Pero en el interior de su casa todo era muy distinto. “Es como que hubiese caído una bomba en mi casa y nadie sabe cómo reaccionar. En una medianera, cerca de casa, habían pintado ‘Graciela, tu crimen no va a quedar impune’. Estuvo como un año el cartel. Yo todos los días pasaba por ahí. Todos sabían lo que había pasado en mi casa pero nadie hablaba. En la escuela tenía que disimular”, recordó.

Tiempo después, Adelaida B., la mujer que fue secuestrada junto a Graciela pero sobrevivió al fusilamiento, fue a la casa de Fabián a intentar explicar por qué ella se había salvado. Fabián dice que su padre no creyó su versión de que uno de los captores era amigo de su hermano, la reconoció y le salvó la vida. “Mi viejo le dijo ‘esa puerta a partir de ahora para vos está cerrada’”, afirmó.

Años más tarde, Ana María, otra amiga de Graciela, se encontró con Fabián y le dio un sobre cerrado: “Acá está el nombre del que mandó a matar a tu hermana”, dice que le dijo la mujer. Fabián anduvo un mes con el sobre cerrado sin saber qué hacer. Hasta que un día le contó a su hermano y le propuso romperlo. “Si lo abrimos es para que uno, los dos o los tres –contando al viejo- terminemos en cana. Si querés saber hablá con Adelaida. La vez que el viejo no la dejó seguir hablando fue para no enterarse. La idea era preservar que no termináramos mal el resto de la familia”.

Cuarenta años después del crimen de Graciela, cuando la querella le preguntó a Fabián qué esperan él y su familia de este juicio, reflexionó: “El único que queda de la familia soy yo. En estos cuarenta años siempre tuve la ilusión de poder ver un juicio. A mi casa entraron con el juicio ya hecho. Yo nunca tuve la posibilidad de tener una defensa. Quiero lo normal: el juicio”, finalizó.

Más temprano –aunque con más de dos horas de demora porque la sala estaba ocupada- Gladys Noemí Dinotto, una empleada judicial de 57 años que vive en Bahía Blanca, declaró por teleconferencia y acompañada de su abogada que se enteraron que su hermano Néstor Dinotto –pareja de Graciela Marini- estaba desaparecido el mismo domingo 4 de abril de 1976 por un llamado telefónico y que, al día siguiente, por los diarios, supieron que su cuerpo había aparecido acribillado junto al de Martini.

Néstor era oriundo de Bahía Blanca, estudiaba Medicina en la Universidad Nacional de La Plata y militaba en la Juventud Peronista. “Recuerdo a mi papá decirle que estudiara, que no se metiera en política”, contó acerca del clima de esa época.

“El lunes siguiente mi papá viajó a La Plata y a mí me mandaron al colegio. Me decían que no dijera nada, siempre el silencio”, refirió. Agregó que sus padres “no hicieron nada en ese momento” y ella, que tenía pensado ir a La Plata a estudiar odontología, debió modificar esos planes. “Me quedó la obligación de permanecer ahí y tratar de contenerlos, que no pensaran que a mí me podía pasar algo”, contó.

Recién en 2011, Graciela quiso saber más sobre la muerte de su hermano y contactó a la pareja compuesta por Daniel P. y Adelaida B., que había sido secuestrada la misma noche, pero logró sobrevivir. La pareja le contó que, si bien no podían ver, escucharon gritos y un simulacro de fusilamiento. También –según la misma fuente- refirieron que “en el operativo estaban Pomares y Castillo”.

Cuando la querella le preguntó a Graciela qué esperaba de este juicio, respondió: “Nadie va a devolver la vida de estos chicos. Que los culpables puedan pagar por lo que han hecho”, solicitó.

Tras la declaración de Dinetto, la defensa realizó un pedido para que los testigos no puedan tener contacto entre sí antes de declarar ni con el contenido de las declaraciones de quienes ya lo hicieron. La solicitud fue rechazada por la fiscalía, las querellas y el propio Tribunal –integrado por Germán Castelli, Pablo Vega y Alejandro Daniel Smoris-, quien consideró en forma unánime que por el tipo de juicio que se realiza (cuarenta años después de los hechos imputados), y por el fin reparatorio que tienen dichos testimonios, tal pedido no tiene lugar.

Por la tarde, declaró Alicia Gershanik, hermana de Mario, un pediatra que trabajaba en el Instituto Médico Platense y en el Policlínico del Turf (actualmente el Hospital Rossi), con una fructífera actividad sindical. Gershanik fue secuestrado en su casa y posteriormente acribillado. Si bien su caso no está siendo juzgado en este juicio, se les atribuye su asesinato a los miembros de la CNU.

En forma similar, el crimen de Horacio Urrera, militante de la Juventud Trabajadora Peronista, tampoco fue incluido en este juicio. El cuerpo de Horacio fue hallado acribillado y flotando en el arroyo Sarandí, en Avellaneda, junto al de Leonardo Miceli (caso en este juicio), y a Carlos Alberto Sathicq. Ayer declaró su hermano, Mario Urrea, para aportar datos contextuales. 

martes, 16 de mayo de 2017

Comenzó el juicio contra dos integrantes de la CNU

Tribunales federales de La Plata, calle 8 y 50.
Cuando todavía se oye el eco del fallo de la Corte Suprema en favor de aplicar el "2x1" a represores, un nuevo juicio por delitos de lesa humanidad comenzó ayer en los tribunales federales de La Plata. Los imputados son Juan José "Pipi" Pomares y Carlos "el indio" Castillo, dos integrantes de la organización paramilitar de la derecha peronista Concentración Nacional Universitaria (CNU), acusados de cometer crímenes contra la humanidad en los meses previos y posteriores al golpe de Estado de marzo de 1976.

Castillo está acusado por su participación directa en el secuestro y homicidio del entonces secretario general del gremio del Turf en La Plata, Carlos Antonio Domínguez, y en el secuestro del vocal de la comisión directiva de ese gremio, Roberto Fiandor, ocurridos el 12 de febrero de 1976. También está imputado en el secuestro y homicidio de Leonardo Guillermo Miceli, el 19 de abril del mismo año, y del robo y violación de los domicilios en ambos casos.

A Castillo también se lo imputa por el secuestro y homicidio de Néstor Hugo Dinotto y Graciela Herminia Martini y por en el secuestro de otra pareja que finalmente sobrevivió, ocurridos entre el 3 y 4 de abril de 1976. En tanto, por este último caso, que abarca a cuatro víctimas, es que Pomares llegó al banquillo.

La primera audiencia desarrollada en el edificio de 8 y 50 de La Plata estaba convocada para las 10 pero comenzó con más de una hora de retraso y con el reclamo de los asistentes por destinar una sala tan pequeña, la sala 1, para el nutrido público integrado por familiares y amigos de las víctimas, e integrantes de organismos de derechos humanos. Ningún familiar o amigo de los detenidos se hizo presente. 

Cuando los jueces subrogantes que integran el Tribunal Oral Federal Nº 1, Germán Castelli, Pablo Vega y Alejandro Daniel Smoris, le preguntaron a los imputados si querían declarar, ambos se negaron y sólo respondieron unas breves preguntas. Pomares, de jean azul y buzo verde, dijo tener 62 años, "hijos del corazón", estudios secundarios completos y que su último trabajo fue como "asesor del senador Carlos Mosse (ya fallecido), y ex secretario de Economía y Hacienda de la Nación en el gobierno de Néstor Kirchner". Cuando le preguntaron si alguna vez había estado involucrado en una causa penal, dijo: "Sí, en el golpe de Estado, fui torturado, secuestrado, cuatro años preso, puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y del tribunal de guerra".

Castillo, de 65 años, pulóver rayado y pantalón marrón claro, dijo lacónicamente ser licenciado en Ciencias Políticas y dedicarse a la actividad privada hasta el momento de su detención, ocurrida hace seis años en la localidad cordobesa de Villa General Belgrano.

Antes de avanzar con la lectura de la elevación a juicio, la abogada de la querella que representa la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, Pía Garralda, solicitó al tribunal "a pedido de las víctimas" que se retire de la sala el crucifijo que se encuentra colgado detrás de los jueces, 

argumentando que significa un "agravio tener que sentarse a dar testimonio frente a un símbolo religioso (...),en primer lugar por la vinculación directa que ha tenido la iglesia católica con el último genocidio argentino; en segundo lugar porque significan un agravio para las querellas las opiniones públicas que ha tenido la iglesia en la actualidad, en referencia a las expresiones en favor de la reconciliación entre la víctimas y familiares del genocidio argentino y los genocidas, y a su opinión política sobre el fallo de la Corte sobre el 2x1".

"Es muy importante que el Tribunal pueda comprender lo que significa este símbolo para las víctimas. A la hora de declarar de ninguna manera las víctimas pueden percibir que lo están haciendo frente a un poder divino, sino ante un poder del Estado. Y el Estado es neutral", remarcó la abogada, haciendo un pedido que ya fue realizado en otros juicios como en la Causa ESMA. 

Las demás querellas, representadas por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y la Provincia, y la Unión por los Derechos Humanos de La Plata estuvieron de acuerdo con el pedido, así como la fiscalía, a cargo de Hernán Schapiro. Tras un breve cuarto intermedio, los jueces resolvieron por mayoría dar lugar al pedido y se comprometieron a canalizar la solicitud hacia la Superintendencia de la Cámara Federal.

Los casos

Sobre el secuestro de Domínguez, a través de testigos que declararon en juicios anteriores se supo que había recibido varias amenazas anónimas relacionadas a las actividades gremiales que desarrollaba en el Hipódromo. Durante la madrugada del 12 de febrero de 1976 fue secuestrado de su casa en la calle 122 entre 70 y 71 de La Plata por un grupo de personas armadas que para ingresar violentaron la puerta de entrada mediante el disparo de un arma de fuego de grueso calibre. Una vez adentro, además de llevarse a Domínguez, robaron diversos bienes -entre ellos una máquina de escribir posteriormente hallada en la casa de Castillo-  y huyeron en un Torino blanco.

Previo al secuestro de Domínguez, los miembros de la CNU habían hecho lo mismo con Fiandor, de su casa en la calle 7 entre 34 y 35, a quienes los captores lo encerraron en el baúl del auto. Luego fueron hacia la localidad de Magdalena donde Fiandor logró escapar y pedir ayuda a los vecinos del lugar. El cuerpo de Domínguez apareció acribillado al día siguiente al costado de la ruta provincial Nº20, en la localidad de Vieytes. Según la necropsia, tenía un disparo en la cabeza realizado con arma de fuego a corta distancia, entre las 8 y las 8.30 del mismo día de su secuestro.

Sobre el secuestro de Miceli, se supo que ocurrió en el marco de un raid por diferentes viviendas -modalidad que caracterizó al accionar de la CNU-, realizado por un grupo de alrededor de veinte personas entre las que se encontraba Castillo. Los civiles ingresaron a su domicilio en 122 entre 70 y 71, portando armas largas. Allí revolvieron la habitación y se llevaron objetos personales. El cuerpo de Micelli fue encontrado acribillado en el arroyo Sarandí, de Avellaneda. La misma suerte que Miceli corrieron Horacio Urrera y Carlos Alberto Sathicq pero no fueron incluidos en este juicio.

En cuanto a los secuestros de Dinotto, Martini, y de otra pareja de sobrevivientes, testigos que declararon en los Juicios por la Verdad aseguraron que fueron interceptados mientras viajaban en un auto por la localidad de Villa Elisa. Sus cuerpos aparecieron al día siguiente en la calle 11 de City Bell, con numerosos impactos de proyectiles de al menos tres armas de fuego y con las manos atadas en la espalda.