lunes, 29 de mayo de 2017

“Estoy acá para terminar con un sentimiento de muerte constante que me acompañó toda la vida”

En una nueva audiencia del juicio que se lleva adelante en La Plata contra Juan José "Pipi" Pomares y Carlos “el indio” Castillo, dos de los integrantes de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), declararon como testigos Graciela Raisin, hermana de Daniel, un estudiante de ingeniería asesinado en febrero de 1976, y de Ariel Alberto Suárez, hijo de Luisa Marta Coita, secuestrada y asesinada en abril de ese año que, si bien no es caso en este juicio, numerosos datos lo vinculan a esta agrupación paramilitar de la derecha peronista que dejó cientos de víctimas en La Plata y Mar del Plata.

De cabello corto rubio, maquillaje sobresaliente y usando una férula en su pierna izquierda, Graciela Raisin, médica y psicóloga de 63 años, llegó hasta la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal N° 1 de La Plata y contó cómo fue el secuestro de su hermano Daniel, un estudiante de ingeniería, ocurrido en la humilde casa donde ambos vivían junto a su madre en la calle 171 entre 16 y 17 de Berisso.

Graciela contó que la noche del 19 de febrero de 1976 estaba durmiendo en el sillón del living porque había una tía de visita en la casa, cuando escuchó un golpe fuerte en la puerta. “Dijeron que abriera, que era el Ejército Argentino. Y yo abrí –dijo remarcando su ingenuidad en esa época-. Mi papá había sido del Ejército, yo tenía 22 años y no tenía idea. Entró un malón como de veinte personas con armas largas. Después supe que esas eran las FAL”.

A Graciela y a su madre las pusieron de frente a una ventana mientras recorrieron la casa en busca de armas. “Yo escuchaba que iban y venían. Me preguntaban qué hacía y yo les dije que estudiaba psicología. Yo me había comprado los tres tomos de Freud. Me preguntaban por qué había tantos libros y si mi hermano había sido delegado. Les digo que sí, en el Automóvil Club, y como no lo dejaban tomarse vacaciones había renunciado”, recordó.

“Se llevan a mi hermano. El que dirigía le dice ‘Gordito, ponéte un saco que hace frío’. Lo llevaban a 12 y 60 (a una Unidad Regional de la Policía bonaerense). Yo lo vi cuando se lo llevaban y él sonrió. Esa imagen es difícil de olvidar porque es la última”, recordó visiblemente conmovida.

Luego del secuestro de su hermano, Graciela fue a la comisaría en Berisso y allí le dijeron que pidiera un hábeas corpus. “Yo no sabía lo que era. Estudiaba pero no tenía mucho conocimiento. Entonces llamamos a un conocido de mi mamá de Entre Ríos, que era subcomisario y vivía en La Plata. Después supimos que era amigo de Etchecolatz. Y él me llevó a 12 y 60. Yo le llevaba cosas a mi hermano y él me dijo ‘vuela a las 12 de la noche’. Yo no sabía ni dónde estaba parada. Todo lo que me decían lo creía”, se lamentó.

Acudieron entonces a (Eduardo) Lopez Osornio, que era concejal en Berisso y amigo de su hermana. Volvieron a 12 y 60 donde les mostraron una foto. “Estaba mi hermano tirado boca abajo junto con el otro chico, Alcides Méndez Paz (un estudiante de ingeniería y trabajador de Astillero Río Santiago). Su carita estaba en una zanja, con la boca abierta y las manitos atadas atrás. Me mostraron la ropa. Era una camisa toda agujerada. Me puse a contar los balazos. No sé cuántos eran, entre 16 y 19. Les pedí si me la podía llevar y me dijeron que no. Yo quería algo de mi hermano”, narró ante una sala llena.

Castillo al frente de la patota

En su declaración frente al TOF N°1 de La Plata, compuesto por Germán Castelli, Pablo Vega y Alejandro Daniel Esmoris, Graciela contó cómo fue que se enteró que Castillo había sido uno de los hombres que entraron a su casa la noche del secuestro de su hermano. “El 12 de mayo de 1976 llevé una nota al Ejército porque no sólo habían matado a mi hermano, nos habían robado todo. Mi mamá tenía cosas de oro, se llevaron todo y los tres tomos de Freud”, señaló.

“Una vez me llama un comisario de 12 y 60 porque había caído ‘la banda de Castillo y toda la familia’. El comisario me dijo ‘esta fue la banda que mató a tu hermano’ y me dijo que eran de la CNU. Y yo le digo ‘pero si eran del Ejército’, y me dice ‘no, tenían la ropa, nada más’. Me hicieron ver si yo reconocía algo de lo que me habían sacado y no reconocí nada. A mí eso me quedo grabado, no entendí cómo toda una familia estaba metida. Aún hoy no entiendo cómo lo mataron a mi hermano. Que yo supiera no tenía ninguna militancia. Quería casarse, estudiaba. Era peronista porque lo era mi papá, a pesar de ser del ejército”, afirmó.

“Como pude intenté sobrellevar la muerte de mi hermano. Me puse anteojeras como los caballos y lo único que hice fue estudiar. Pero necesito una respuesta. Por eso vine acá, para ver si el señor Castillo me podía informar”, apuntó.

“Castillo me hizo dar un giro de 360 grados. Ahí entendí la vida. Le tendría que agradecer que tanto dolor me hace comprender ahora el dolor ajeno. Me dediqué a todo lo que hago, pero ahora puedo entender. Yo tenía 22 años y era tonta. Yo estudiaba a Marx, a Engel, a Freud, y repetía. El señor Castillo me hizo entender todo de golpe”, finalizó.

“Estoy acá para terminar con un sentimiento de muerte constante que me acompañó toda la vida”

Ariel Alberto Suárez, camarógrafo de 52 años, llegó acompañado por su esposa y sus dos hijas, que lo escucharon durante más de una hora declarar lo que recordaba del secuestro de su madre, Luisa Marta Coita, ocurrido en 1975, cuando él era un niño de 10 años. De pelo negro y voz firme, sin quitase el abrigo, comenzó su relato con dificultad. “Me voy a tomar mi tiempo porque me cuesta hablar”, aclaró. “Soy hijo de Luisa, una militante asesinada en La Plata en 1975 como tantos otros militantes en La Plata, en Mar del Plata y en todo el país, pero sobre todo acá en La Plata por el accionar de la CNU, antes y después del golpe del 76. Soy víctima del terrorismo de Estado junto con mis hermanos”.

Si bien era un niño, Ariel contó con detalles cómo era el clima de amenaza y terror que se vivía en su casa, cuando comenzaron las intimidaciones a Luisa, que al momento de su secuestro trabajaba en el Hipódromo de La Plata y en la fotocopiadora de la Legislatura bonaerense, y estudiaba Filosofía y Letras en la Facultad de Humanidades de la UNLP.

Con el libro de los periodistas Cecchini y Elizalde Leal sobre la CNU y una foto de su madre en la mano, relató: “Recuerdo perfectamente las amenazas en mi casa. A Luisa comienzan a hostigarla cuando vivíamos en una casa de 16 y 37. En un episodio llegó un hombre a la puerta de casa, se quedó ahí un rato, fumaba, no hubo diálogo. Sí recuerdo el temor de Luisa porque espiábamos por una rendija de la puerta. Ahí podíamos ver a este hombre que estaba siempre de espaldas, amenazante”, relató.

“Al poco tiempo nos mudamos a un departamento en 47 entre 10 y 11 y se suceden una serie de hechos intimidatorios. El primero una noche, mis hermanos dormían y escucho ruidos. Voy a su habitación y la encuentro sentada en el borde de su cama. Había un hombre adentro del departamento, fumaba, no decía nada. Luisa me pedía que me quede callado. La persona apagó el pucho y se fue. La segunda que recuerdo, un poco más complicada, entramos al departamento y nos sorprenden cuatro hombres. Tuve una reacción natural, quise proteger a mi madre, revoleé algo y uno de los hombres me manoteó, sentí la mano y sentí todo el temor que se siente en esas circunstancias. Presencié el apriete que le pegaron a Luisa, sentada en una silla. Se turnaban para amenazarla, le decían cosas, me señalaban a mí. Estuvieron un buen rato y se fueron”, contó.

“Yo ya estaba aterrorizado, era muy consciente de lo que estaba pasando, que a la gente la asesinaban, que aparecían cuerpos de los compañeros desperdigados por ahí. Como hasta hoy sigo muy afectado por todo eso, me marcó mucho y sigo muy afectado y por eso estoy acá, para terminar con un ciclo de sufrimiento, de dolor, de bronca, de sentimiento de muerte constante que me acompañó toda la vida”, dijo.

“Recuerdo que le dije a Luisa ‘¿qué vamos a hacer si el indio te mata?’. Porque eso era lo que sonaba: el indio. Recuerdo su carita, realmente la sorprendí. Ese día se dio cuenta de lo que estaba sufriendo yo también”. Y agregó: “Yo le dije a Luisa que se fuera del país en una lancha, tenía la oportunidad de irse a Uruguay, y no quiso”.

Al poco tiempo a Luisa la levantan de la estación de trenes de La Plata cuando sale de trabajar. “Era una madre que estaba sola, mis viejos estaban separados, era una persona que estaba tratando de hacerse de una vida. Se la llevan en un operativo. Eran seis hombres según algunos relatos”, aseguró.

Asesinan a Luisa y mi vida se terminó como se termina la vida de cualquier chico al que le asesinan al padre o a la madre en forma traumática”, expresó Ariel y contó que en ese momento, él y sus hermanos se fueron a vivir con sus abuelos paternos a una casa humilde de Tolosa. “Nos criaron de la mejor manera posible pero sin poder darnos respuestas sobre un proceso histórico. A la muerte de Luisa intentaron primero hacerla pasar por un accidente, intento vano porque yo sabía perfectamente qué había pasado”, concluyó.

 Caminando por calle 8

Ariel aseguró que a dos de esas personas que entraron a su casa e interrogaron a su madre las pudo reconocer años después. “Una era Ricardo Calvo, alias Richard. Lo reconozco caminando por calle 8 cuando y tenía 14 o 15 años. Yo dije ‘este tipo estuvo en mi casa’. Lo seguí y entró a la Legislatura. Lo seguí porque crecí sabiendo que los asesinos de mi vieja estaban en la ciudad tomando café. Con el tiempo descubro que no solamente estaban tomando café sino que habían hecho carrera en la Legislatura, hasta que fueron jubilados con total comodidad”. La otra persona era Antonio ‘Tony’ Jesús, asesino de Luisa y de tantos compañeros”, espetó.

En tanto, “Al indio lo reconocí en un reconocimiento fotográfico en este lugar”, señaló en otro momento de su declaración.

“El cuerpo aparece en Los Talas, hay varias versiones, todas horrorosas. Para algunos estaba vestida, para otros, desnuda. Lo que es seguro es que tenía las manos atadas con alambre. Un tío me dio detalles de la autopsia: estallido de hígado aparte de impactos de bala. La cara estaba intacta, la recuerdo del velorio”.

Si bien casi todo el relato de Suárez apuntó a la presencia de Castillo, cuando uno de los abogados querellantes de la Secretaría de Derechos Humanos le preguntó si sabía algo del otro imputado en este juicio, Suárez respondió: “De Pomares puedo decir que a medida que conocí compañeros de mi madre me cansé de escuchar ‘el pipi fue uno de los asesinos de tu madre’. Era vox pópuli”. No obstante, la muerte de Luisa Marta Coita no fue incluida como caso en este juicio.

Vengo arrastrando esto desde hace 42 años y agradezco a este proceso en el que se está enjuiciando a parte de a los responsables del genocidio que se cometió en Argentina en los 70. Espero que este juicio sirva para condenar, aparte de a los responsables, que sirva también para aclarar participaciones de otros, a pesar de que no están siendo enjuiciados aquí seguramente por falta de pruebas, porque la idea era asesinar y no dejar testigos” finalizó y se retiró de la sala abrazado por sus hijas. 

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