Con la sala 1 del Juzgado repleta y reclamos para que se destine al juicio una sala más grande y se garantice que sea un proceso oral y público, Fabián Martini, un maestro mayor de obras de 51 años y hermano de Graciela Martini, contó con voz pausada lo que vivió la noche del sábado 4 de abril de 1976, cuando tenía sólo diez años. Recordó estaba junto a su madre en su casa de 34, entre 14 y 15, cuando comenzaron a golpear la puerta de entrada con violencia, acompañando los golpes con una advertencia: “Abran la puerta o la tiramos abajo”.
El padre de Fabián y su hermano estaban trabajando en las afueras de La Plata, y Graciela había salido a comer con su novio y otra pareja amiga. Como Fabián no abría, intentaron romper la puerta con un hacha. “Irrumpen cinco personas. Una de entre 50 y 55 años vestida de civil. Detrás, entran cuatro con borcegos, pantalón camuflado y chaqueta deportiva. Daba la impresión de que eran de alguna fuerza de seguridad pero no mostraron placa ni orden de allanamiento”, declaró.
“Mi mamá tenía problemas psiquiátricos y ante la emoción se quedaba paralizada, no hablaba. Nos interrogan. Como yo siempre respondía lo mismo, a mí me llevan a la cocina y desde ahí veía a mi mamá sentada en el comedor, con dos hombres que la interrogaban. Como ella no contestaba, uno le empieza a pegar. Yo me levanto, intento ir para el comedor y uno me agarra del cuello –recordemos que yo tenía 10 años- me levantó, me pone una pistola en la cabeza y la gatilla. Preguntaban dónde estaba mi hermana, y dónde estaban los volantes y panfletos”, contó.
Fabián, pelo rubio lacio barba y anteojos, hizo referencia a que uno de los hombres que ingresaron a su casa lo llevó a la habitación. “Se sentó al lado mío en la cama y entre comillas intentó explicarme por qué estaba pasando eso. Y me dijo: ‘agradecé que sos el hermano y no el hijo porque debés tener un gen de izquierda y estarías muerto en este momento’”.
La patota que ingresó a la casa de Martini, además de quemar libros y fotos, destrozó placares en busca de armas. “Uno empezó a sacar el parqué con el hacha”, recordó. Para entonces ya eran las 4 de la madrugada y la patota se empezó a inquietar porque Graciela no volvía y no se ponían de acuerdo en cómo seguir. Finalmente deciden bajar a la madre de Fabián y llevarla hasta otra casa. Fabián los intenta seguir cuando estaban subiéndola al auto, “pero uno que viene detrás mío me levanta y me dice ¿a dónde vas? Veo que un vecino abre la puerta y nos ve. Y yo con 10 años le digo ‘llama a la policía’. Y el vecino hace esto –indica con un gesto que cerró la puerta. Y la policía estaba acá. Ahí me di cuenta que no sabía lo que iba a pasar”, relató.
Alrededor de las 6 de la mañana trajeron de vuelta a la mujer y la dejaron encerrada junto a Fabián en el depósito. “Escucho coches que salen a toda velocidad y a los pocos minutos ruidos de tiros. Después ya no escuché más nada”. Ambos fueron rescatados por un familiar que pasaba de casualidad por el frente de la casa y le llamó la atención el hachazo en la puerta.
“Se llevaron una escopeta, un anillo y una cadenita de mi primera comunión, un rosario de mi mamá y otras pertenencias –enumeró-. Con el tiempo llaman a casa de la comisaría, va mi hermano y le hacen ver pertenencias en una mesa. Él dijo esa escopeta, eso y eso es mío. El comisario le dijo: ‘vos estás estudiando en la Tecnológica de Berisso y tu hermano va a tal escuela. Yo que vos no vi nada y firmo acá’”.
Fabián declaró que previo al ataque en su casa, su hermana había recibido algunas advertencias. Cuando salía con amigas, había un auto que las seguía. “Al principio era muy sutil. Después pasaban por al lado y era como que te decían ‘los estamos siguiendo’”. Recordó que esto era tema de discusión los domingos en el seno familiar. “Mi viejo estuvo en la Segunda Guerra Mundial y el contexto que había acá no le gustaba. La discusión era con mi hermana, para que dejara su militancia en la Juventud Peronista. ‘No quiero encontrarte el día de mañana tirada en un zanjón’, le decía. Y de hecho fue así”, relató.
Señaló que el lunes siguiente a la aparición del cuerpo de su hermana acribillado en la calle 11 del barrio Los porteños de City Bell, él fue a la escuela pretendiendo cierta normalidad. Pero en el interior de su casa todo era muy distinto. “Es como que hubiese caído una bomba en mi casa y nadie sabe cómo reaccionar. En una medianera, cerca de casa, habían pintado ‘Graciela, tu crimen no va a quedar impune’. Estuvo como un año el cartel. Yo todos los días pasaba por ahí. Todos sabían lo que había pasado en mi casa pero nadie hablaba. En la escuela tenía que disimular”, recordó.
Tiempo después, Adelaida B., la mujer que fue secuestrada junto a Graciela pero sobrevivió al fusilamiento, fue a la casa de Fabián a intentar explicar por qué ella se había salvado. Fabián dice que su padre no creyó su versión de que uno de los captores era amigo de su hermano, la reconoció y le salvó la vida. “Mi viejo le dijo ‘esa puerta a partir de ahora para vos está cerrada’”, afirmó.
Años más tarde, Ana María, otra amiga de Graciela, se encontró con Fabián y le dio un sobre cerrado: “Acá está el nombre del que mandó a matar a tu hermana”, dice que le dijo la mujer. Fabián anduvo un mes con el sobre cerrado sin saber qué hacer. Hasta que un día le contó a su hermano y le propuso romperlo. “Si lo abrimos es para que uno, los dos o los tres –contando al viejo- terminemos en cana. Si querés saber hablá con Adelaida. La vez que el viejo no la dejó seguir hablando fue para no enterarse. La idea era preservar que no termináramos mal el resto de la familia”.
Cuarenta años después del crimen de Graciela, cuando la querella le preguntó a Fabián qué esperan él y su familia de este juicio, reflexionó: “El único que queda de la familia soy yo. En estos cuarenta años siempre tuve la ilusión de poder ver un juicio. A mi casa entraron con el juicio ya hecho. Yo nunca tuve la posibilidad de tener una defensa. Quiero lo normal: el juicio”, finalizó.
Más temprano –aunque con más de dos horas de demora porque la sala estaba ocupada- Gladys Noemí Dinotto, una empleada judicial de 57 años que vive en Bahía Blanca, declaró por teleconferencia y acompañada de su abogada que se enteraron que su hermano Néstor Dinotto –pareja de Graciela Marini- estaba desaparecido el mismo domingo 4 de abril de 1976 por un llamado telefónico y que, al día siguiente, por los diarios, supieron que su cuerpo había aparecido acribillado junto al de Martini.
Néstor era oriundo de Bahía Blanca, estudiaba Medicina en la Universidad Nacional de La Plata y militaba en la Juventud Peronista. “Recuerdo a mi papá decirle que estudiara, que no se metiera en política”, contó acerca del clima de esa época.
“El lunes siguiente mi papá viajó a La Plata y a mí me mandaron al colegio. Me decían que no dijera nada, siempre el silencio”, refirió. Agregó que sus padres “no hicieron nada en ese momento” y ella, que tenía pensado ir a La Plata a estudiar odontología, debió modificar esos planes. “Me quedó la obligación de permanecer ahí y tratar de contenerlos, que no pensaran que a mí me podía pasar algo”, contó.
Recién en 2011, Graciela quiso saber más sobre la muerte de su hermano y contactó a la pareja compuesta por Daniel P. y Adelaida B., que había sido secuestrada la misma noche, pero logró sobrevivir. La pareja le contó que, si bien no podían ver, escucharon gritos y un simulacro de fusilamiento. También –según la misma fuente- refirieron que “en el operativo estaban Pomares y Castillo”.
Cuando la querella le preguntó a Graciela qué esperaba de este juicio, respondió: “Nadie va a devolver la vida de estos chicos. Que los culpables puedan pagar por lo que han hecho”, solicitó.
Tras la declaración de Dinetto, la defensa realizó un pedido para que los testigos no puedan tener contacto entre sí antes de declarar ni con el contenido de las declaraciones de quienes ya lo hicieron. La solicitud fue rechazada por la fiscalía, las querellas y el propio Tribunal –integrado por Germán Castelli, Pablo Vega y Alejandro Daniel Smoris-, quien consideró en forma unánime que por el tipo de juicio que se realiza (cuarenta años después de los hechos imputados), y por el fin reparatorio que tienen dichos testimonios, tal pedido no tiene lugar.
Por la tarde, declaró Alicia Gershanik, hermana de Mario, un
pediatra que trabajaba en el Instituto Médico Platense y en el Policlínico del
Turf (actualmente el Hospital Rossi), con una fructífera actividad sindical.
Gershanik fue secuestrado en su casa y posteriormente acribillado. Si bien su
caso no está siendo juzgado en este juicio, se les atribuye su asesinato a los
miembros de la CNU.
En forma similar, el crimen de Horacio Urrera, militante de
la Juventud Trabajadora Peronista, tampoco fue incluido en este juicio. El
cuerpo de Horacio fue hallado acribillado y flotando en el arroyo Sarandí, en
Avellaneda, junto al de Leonardo Miceli (caso en este juicio), y a Carlos
Alberto Sathicq. Ayer declaró su hermano, Mario Urrea, para aportar datos
contextuales.
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