jueves, 5 de julio de 2012

El susto


Oscar tiene el maxilar inferior más adelante que el superior. Eso le da a su cara una expresión graciosa y dulce a la vez. Habla bajito y pausado. Escucha más de lo que dice. Casi siempre se está sonriendo. No parece un guía turístico.
De regreso en bus a Cusco, con el ceño relajado, me dice que en Perú a los niños se los cura del susto.
– ¿Pero qué es el susto?
–Así, cuando uno está en la oscuridad y viene otro y buaa!, por ejemplo.
Cuenta que cuando un niño ha sido asustado queda mal, anda cabizbajo, introvertido, no come bien. Las curanderas que saben cómo quitar el susto utilizan, según Oscar, una técnica añeja.
–Se le tiene que pasar un cuy por tooodo el cuerpo a la persona asustada.
–¿Cualquier cuy?
–No. Un cuy negro.
– ¿Y entonces?
–Se le pasa por el pecho, los brazos, la cabeza, la frente… Hasta que el cuy queda, pobrecito, casi sin poder caminar. 
–…
–Después hay que matarlo: ¡zac! -con sorna, hace un gesto de rotación con las manos, indicando ahorcamiento-  Y listo.  
–...
–También se hace eso cuando una persona está enferma y no se sabe qué tiene. Se le pasa el cuy por toodo el cuerpo, por el pecho, los brazos, la cabeza, la frente. Cuando ya no da más, se lo mata y se lo abre. Y ahí se ve qué órgano tiene afectado el animal. Entonces ya se sabe dónde tiene el problema la persona. Y ya puede ir al médico a que la curen.
–...
–...
Oscar pierde la mirada en el precipicio que envuelve al camino ondulante. 
Yo pienso en todos los cuises que vi, desde mi llegada a Cusco, en las vidrieras de los restaurantes.
El bus descendiendo sobre el ripio zarandea nuestros cuerpos que a veces se rozan, sin violencia.
De pronto a Oscar lo regaña un recuerdo. Esta vez, lo acompaña con una mirada cetrina.
–A mí me curaron del susto una vez, cuando tenía ocho años. Susto a las ratas tenía. -Me mira fijo y, como haciendo una confesión, me cuenta un sueño que tuvo una vez y que al despertar había junto a su cama una rata muerta– Igual les sigo teniendo un poco de pánico.