sábado, 27 de noviembre de 2010

Agujeros


El agujero redondo, del tamaño de una ventana, atraviesa la pared que da a la calle y pertenecía a una de las habitaciones. El mismo agujero se replica en la pared paralela a esa, que da a lo que era la cocina de la casa que fue de Diana Teruggi y Daniel Mariani, e intentó hacer lo mismo en el muro que le sigue. Pero ahí la fuerza del disparo de la bazuca se detuvo y no alcanzó a derribarla. Sólo quedó la marca, rodeada de otras de menor calibre. Disparos que también se observan en las paredes de las demás habitaciones, en los techos, y en el patio de la casa, allí donde aún está el limonero. El limonero junto al cual encontró la muerte Diana, a los 26 años, en la tarde del 24 de noviembre de 1976, cuando intentaba escapar de los disparos del mega operativo comandado por Miguel Etchecolatz. La bala le entró por la espalda. Su hija de tres meses, Clara Anahí, la única sobreviviente de la masacre, estaba en sus brazos y su abuela, todavía, la sigue buscando.

El miércoles, al cumplirse 34 años de aquel salvaje ataque, esa abuela, que luego sería una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, junto a su compañera Elsa Pavón, que preside la Asociación Anahí y ya encontró a su nieta Paula, organizaron un nuevo acto recordatorio.

El encuentro se realizó frente a la casa que hoy se erige como monumento histórico y testigo de ese ataque, la misma en la que funcionaba la imprenta de Montoneros. La misma donde también fueron asesinados, aquella tarde, Daniel Mendiburu Eliçabe, Roberto César Porfidio, Juan Carlos Peiris y Alberto Oscar Bossio.

De cara al sol de las seis de la tarde, cientos de vecinos, familiares, Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y representante de organizaciones de derechos humanos, políticas y sociales, cortaron la calle 30 entre 55 y 56, de La Plata, para escuchar las palabras de amigos y familiares de las víctimas de aquel ataque.

Primero habló el abogado especialista en derecho internacional, Carlos Slepoy. Contó cómo conoció a Chicha, resumió la historia de la búsqueda de Clara Anahí yconsideró que “es una inmensa perversidad que esa mujer (en referencia a Ernestina Herrera de Noble), que ha confesado alguna vez que suponía que sus hijos eran hijos de desaparecidos, no esté dispuesta a facilitar la posibilidad haciendo evidente presión sobre los chicos para que ellos puedan descubrir su verdadera identidad. Como dice Chicha, no se sabe si Marcela es o no Clara Anahí. En todo caso, la recuperación de la identidad, para todos nosotros y para ella, aunque no lo sea, será también una forma de recuperar a Clara Anahí, como ocurre cada vez que se recupera a un nieto secuestrado”.

Recordó que se enteró del ataque estando detenido, como preso político, en la Unidad 9 de La Plata y señaló que “No pudimos estar presentes para salvarlos pero si podemos estar para recordarlos y para salvar todo lo que ellos significan para nuestra sociedad”. Finalmente, citando al poeta nicaragüense, señaló: “Decía Ernesto Cardenal que ´creían que nos mataban y en realidad nos estaban sembrando´, y este es el sentimiento hoy al estar aquí. La siembra ha sido magnifica al ver la gran cantidad de jóvenes que hoy están presentes aquí”.

Haciendo breves pausas entre frase y frase, Marco Teruggi, sobrino de Diana, habló en representación de Chicha, que lo escuchaba sentada en la primera fila, y dijo que “Hoy encuentro ese elemento de misterio donde chocan la belleza con el horror. La belleza de una chica que entendió que había que luchar por las cosas que creía, que era alegre, que seguía enamorada, que creía en otra sociedad, que resistió y cayó protegiendo a su hija, y el horror de quien le disparó por la espalda”.

La hija de Carlos Porfidio, el hermano de Juan Carlos Peiris, la hermana de Alberto Bossio, entre otros familiares, amigos y compañeros de militancia fueron, uno a uno, tomando el micrófono y recordando a sus seres queridos, entre lágrimas y abrazos.

Para finalizar, el coro del Liceo Víctor Mercante cantó a capela tres canciones. En el aire que olía a tilo quedó retumbando el eco de la última de las canciones entonadas: “Por qué cantamos”. Lentamente, las cientas de personas comenzaron a desconcentrarse.