lunes, 30 de abril de 2012

Amar y dejar partir

Sentado en el centro del escenario, con su guitarra y su voz, Pedro canta para sentirse menos solo. Canta para celebrar la vida de su amigo que no está. Juega a ser él por un rato. Lo toma en sus manos como un orfebre a su mejor pieza y encarna la acción de dar.


Pedro Aznar, homenaje a Spinetta. Plaza Italia, 29 de mayo de 2012
Me figuro a Pedro los días previos, contrariado, teniendo que elegir una veintena de canciones de entre treinta y nueve discos. Pero la lista que compone para celebrar la vida de su amigo suena acertada en la tarde del domingo, aunque los instrumentos están “un poco vueltos locos” por la baja temperatura y dos por tres hay que parar para afinarlos, repetir un final o cantar de vuelta un tema si no se escuchó del todo bien. Porque así se recuerda a un amigo, con respeto hacia el pedazo suyo que aún respira.

Con voz quebrada Pedro advierte que para poder cantar va a “conectar con las canciones y no con los recuerdos”. No debe ser fácil soltar la voz a quien le supo escribir, con palabras certeras, “cambiaste nuestras vidas/ abriéndole camino a la imaginación/ cantándole salvaje o dulcemente/ a los misterios que nos habitan/ al misterio que somos”. Pero de a poco va expandiendo aquellos versos de la Cantata de Puentes Amarillos, No te busques ya en el umbral, El capitán Beto, Dulce tres nocturno.

Acompañado por el legendario Pomo en batería y Andrés Beeuwsaert en teclado, Pedro se empieza a aflojar y amplía cada vez más la potencialidad de su voz que, como en una onda expansiva, calienta el aire frío de la noche. Llegan temas como Sexo, Seguir viviendo sin tu amor, Kamikace, Post crucifixión, Los libros de la buena memoria, Cementerio club, Alas de la mañana.

Junto a “una de las mejores voces femeninas que ha dado la Argentina”, Roxana Amed, llega la melodía de Barro tal vez y Durazno sangrando. Mientras, Muchacha ojos de papel sólo es interpretada por la guitarra de Pedro y coreada bajito por el público y Ella también queda en reserva para el cierre.

Entre anécdotas y recuerdos, Pedro dice que hay una canción inédita que compuso junto a su amigo allá por los ’80 y que quiere tocar ahora. Se trata de Lenny blues, música para la obra de teatro de Robertino Granados. La canción comienza con una melodía lenta en la que Pedro toca la guitarra electroacústica y canta. Da la impresión de que está encarnando ahí la parte que al momento de la composición correspondió a su amigo. Aquél que le ha dejado para siempre la marca de la soledad. Porque, sobre el final, la canción incorpora un instrumental con fuerte presencia del bajo, similar a la profundidad que alcanza en Eiti leda. Entonces, en la mitad de la canción, Pedro deja la guitarra que debía haber tocado su amigo y se cuelga el bajo. Y toca un punteo extenso, profundo, vibrante. Y con la coherencia del artista que es fiel a su obra, pone de manifiesto aquello de amar y dejar partir, abriendo su corazón a aquella hebra de luz para que habite en su ser.